En una siesta de cuarentena tuve un déjà vu.
Volví a esos tiempos de colegio, la profesora de historia al frente y junto al
pizarrón preguntaba: "¿Qué caracteriza a los chilenos?" (Si, “los”, porque antes
nadie cuidaba de decir “los y las”). Recuerdo que esperanzadas, jóvenes e
ignorantes manos se levantaban para decir: “Que somos generosos”, “que somos solidarios”,
“que somos pillos”, “que somos unidos”.
Hoy con 30 años y en un Chile que vive pandémicos tiempos,
creo que esa visión juvenil no puede estar más lejos de la verdad. La persona
que lee estas líneas podrá decir: “Ya, pero cuando uno está en el colegio no sabe mucho
de la vida”. El problema es que esa ilusión es el país en que algunos y algunas
viven y de verdad creen que es así, cuando este asiático virus que nos azotado
ha dejado de manifiesto que esa no es nuestra realidad (y de la gran parte de
las sociedades que habitan este planeta).
“En Chile somos solidarios porque hacemos ollas comunes”.
Valoro el hecho de que exista gente que se organice por aquellos que no tienen
comida. Pero ¿por qué vemos como algo positivo algo que es signo de la tremenda
pobreza en que vive parte de nuestra población? Las ollas comunes son una
práctica histórica en nuestro país que habla de la falta de alimentos, que
relata la dura realidad que deben vivir algunas comunidades donde hay que
trabajar por la plata del día. Creo que sería más solidario contar con
políticos y gobiernos que busquen el bien común, y las condiciones dignas para
que toda persona pueda acceder a la alimentación, sin tener que recurrir a la
caridad de los vecinos.
“En Chile somos solidarios porque aportamos a la Teletón”.
Yo soy de las que hace la fila en el banco porque soy testigo del gran aporte
que es esta famosa fundación para nuestra sociedad. Pero ¿por qué un grupo de
privados se ha tenido que hacer cargo por años de una función que es del Estado? Hace años que el Estado debería haber tomado un rol activo y haber
creado una entidad que se encargue de tratar y acompañar a las personas que
tienen alguna discapacidad. No debería depender de cuántos yogurts compramos en una determinada época del año o de las filas que pueda haber en los bancos. Basta de romantizar el hecho de que como sociedad chilena no estamos protegidos en aspectos tan fundamentales como la salud.
“En Chile somos
pillos”. Si nos acercamos al diccionario (y créanme que es un buen ejercicio)
encontraremos que pillo es sinónimo de “atrevido”, “descarado”. ¿Por qué nos
jactamos de ser pillos? ¿Qué tiene loable mentir en la ficha de protección
social para obtener beneficios que no nos corresponden? ¿Qué tiene de bueno
postular a becas cuando realmente posees los recursos para costear tu
educación? ¿Qué te hace sentir orgulloso del hecho de que engañaste al SII para
obtener dineros que no te correspondían? ¿Por qué quieres un aplauso por salir
durante la cuarentena con permisos falsos? La famosa “pillería del chileno”
solo habla de lo inconscientes y egoístas que somos. La pillería, por
definición es un acto infantil que podríamos considerar gracioso; pues no es
gracioso que busquemos siempre engañar, mentir, estafar, hacer trampa.
“En Chile somos unidos”. Quisiera informarles que seamos
capaces de prender la televisión y la parrilla cada vez que la selección
nacional masculina (hay que hacer énfasis en esto, porque hace muy poco que vemos el fútbol femenino con admiración) fútbol juega un partido no habla de un espíritu de equipo ni de unión.
Los que probablemente tienen espíritu de equipo son los 11 jugadores que
entrenan juntos para jugar un deporte, no el chileno en general. La verdad es
que, desde mi punto de vista, tenemos un espíritu individualista. En ocasiones
está bien y es correcto pensar en nosotros mismos, pero en la situación mundial
y nacional que estamos viviendo se esperaría que tuviéramos un pequeño sentido
de comunidad. ¿Qué necesidad había de repletar las caletas y mercados comprando
pescado este fin de semana? ¿El pescado es lo único diferente a la carne que
existe para comer? “No... si yo vengo, pero me cuido”. Estar en un pasillo
aglomerado de personas no es cuidarse, es exponerse. Carretear en una casa llena
en pandemia es irresponsable, y me quedo corta con esa palabra. No te debería
tocar a ti estar contagiado para entender la necesidad de cuidarnos entre
todos. No debería morir tu familiar cercano para que tomes consciencia de lo
grave que esta enfermedad. No tendría que salir el personal de salud agotado en
la televisión para que tú te quedes en tu casa. Si tienes la oportunidad de
poder quedarte en casa, deberías tomarla; no solo por ti, por todos lo que te
rodean y viven contigo: tus hijos, tus papás, tus abuelos, tus vecinos, tus
colegas.
Como profesora siento que es mi deber observar la sociedad
con ojo crítico, porque está en mis manos enseñarle a los niños y jóvenes que
no podemos conformarnos con la sociedad en que vivimos y que debemos redefinir
lo que entendemos por ser chilenos y chilenas. Construir una sociedad mejor no
solo cruza por los cambios políticos que se están gestando en nuestro país.
Edificar sociedad es cambiar la forma de ser que tenemos, entender que somos
juntos y debemos buscar juntos el bien común y la justicia, porque es la única
forma en que tendremos éxito (solo observen el movimiento feminista y como ha
visibilizado y luchado contra la violencia de género). El ser humano es un
animal social, necesita de la comunidad. Es fundamental que reflexionemos qué
estamos haciendo y cómo estamos aportando a cuidarnos entre nosotros y a
nuestro progreso.
La pandemia, lamentablemente, ha sido el reflejo de lo peor
de nosotros mismos como seres humanos (en Chile y todo el mundo). Tomemos esta
oportunidad para ser mejores, para reflexionar y buscar el cambio como
sociedad.