Renuncio a la indiferencia
Renuncio a ver la injusticia como algo natural.
Renuncio a que el bien común y la justicia sean dejados en
segundo plano y no sean vistos como una prioridad para la creación de políticas
públicas.
Renuncio a que los adultos mayores sean tratados como
personas que no tienen un aporte que hacer a esta sociedad.
Renuncio a la sociedad adultocéntrica, que no piensa en los
niños y su bienestar.
Renuncio a esas personas que consideran que la asesora del
hogar realiza “una actividad esencial”, cuando solo representa un lujo.
Renuncio a creer que el sistema de salud chileno es “el
mejor de la galaxia”, cuando sabemos que si no tienes previsión privada puedes
morir en el intento de obtener un tratamiento.
Renuncio a esas personas que normalizan la objetualización
de las personas, que las ven como un medio para alcanzar sus cometidos y se
olvidan de la dignidad humana.
Renuncio a aquellos que consideran a los hombres superiores
a las mujeres, y que se ven el derecho de decidir normas sociales de cómo debe
actuar o no una mujer.
Renuncio al maltrato de cualquier ser vivo en la faz de la
tierra, sea persona o animal.
Renuncio a Tinder y mis millones de intentos por hablar con
un hombre que no me pregunte: “¿y qué posición te gusta”.
Renuncio a este sistema que nos ha hecho creer que la única
forma de alcanzar el éxito está en una carrera universitaria, y que quiénes han
aprovechado sus talentos de otras formas son “una excepción a la regla”.
Renuncio a la sociedad que te impone un esquema de vida y una
forma de ser feliz.
Renuncio a dejar de intentarlo, a quedarme sentada viendo
como la vida pasa.
Renuncio a aquellos que creen que las enfermedades mentales
son un invento o una exageración.
Renuncio a las personas que no quieren cuidarse, y por
consecuencia no cuidan a los demás (del COVID y de muchas enfermedades más).
Renuncio a dejar de ver las cosas con ojo crítico.
Renuncio a dejar de intentar de ser un factor de cambio.
Renuncio a la indiferencia.
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